El charco Azul, es una de las zonas de baño más espectaculares y entrañables de la menor de las Islas Canarias. Compendio de las múltiples formas que dejó la lava, este rincón no solo le obsequiará con placenteros baños en sus aguas turquesas, sino que lo hará protegiéndole con un roquete del imponente océano, que deja su impronta con su rompiente de espuma blanca y sonido envolvente.
El charco Azul, es una de las zonas de baño más espectaculares y entrañables de la menor de las Islas Canarias. Compendio de las múltiples formas que dejó la lava, este rincón no solo le obsequiará con placenteros baños en sus aguas turquesas, sino que lo hará protegiéndole con un roquete del imponente océano, que deja su impronta con su rompiente de espuma blanca y sonido envolvente.
Desde el mirador de La Peña, en Guarazoca (norte de la isla de El Hierro), se ven las consecuencias de un acontecimiento prehistórico sobrecogedor: el gigantesco deslizamiento de tierras que hace milenios creó el valle de El Golfo. Los riscos de esta enorme mella de 15 kilómetros de ancho por uno y medio de alto están cubiertos de una densa vegetación autóctona. A su pie yace una llanura volcánica con viñas y frutales que acaba en el azul Atlántico. Desde La Peña también se divisan los vírgenes Roques de Salmor, santuario de lagartos gigantes endémicos.
El Hierro disfruta de un tesoro que, si no se visita, no se ha aprovechado todo el potencial de la isla. Pese a sus pequeñas dimensiones, la sureña cala de Tacorón merece el calificativo de joya por disfrutar todo el año del Atlántico más tranquilo del archipiélago. Por algo a esta parte del océano se la llama mar de las Calmas. Un enclave inolvidable en el que la paleta de azules marinos se mezcla con el negro volcánico y los múltiples ocres y rojos de la ladera de El Julán, tan virgen como esta cala de fina arena multicolor en la que darse unos baños relajantes.
El Hierro disfruta de un tesoro que, si no se visita, no se ha aprovechado todo el potencial de la isla. Pese a sus pequeñas dimensiones, la sureña cala de Tacorón merece el calificativo de joya por disfrutar todo el año del Atlántico más tranquilo del archipiélago. Por algo a esta parte del océano se la llama mar de las Calmas. Un enclave inolvidable en el que la paleta de azules marinos se mezcla con el negro volcánico y los múltiples ocres y rojos de la ladera de El Julán, tan virgen como esta cala de fina arena multicolor en la que darse unos baños relajantes.
En el Sabinar, ubicado en La Dehesa, encontramos un bosquete abierto de espectaculares sabinas retorcidas por la fuerza de los vientos alisios, que las modela de forma crispada, como si los nudos de la madera fuesen anclas a un suelo con el que deben pelearse para lograr su sustento en esta trinchera vegetal que han creado para sobrevivir.
Este paisaje transporta al visitante a un bosque encantado. Las curvas imposibles de la naturaleza hacen que los árboles en ocasiones se sitúen en paralelo al suelo.
Si lo que se busca en la isla de El Hierro es bañarse con la familia de forma relajada en un paraje natural con cómodas zonas para gozar del sol, no hay que darle muchas vueltas. La piscina de La Maceta, en el valle de El Golfo, lo reúne todo para que la combinación de sol, lava y mar le den sentido a la palabra ‘placer’. Ubicada en el norte de la isla, sus charcos de diferentes dimensiones están protegidos del oleaje y se han convertido en referente insular de esta oferta.
Si lo que se busca en la isla de El Hierro es bañarse con la familia de forma relajada en un paraje natural con cómodas zonas para gozar del sol, no hay que darle muchas vueltas. La piscina de La Maceta, en el valle de El Golfo, lo reúne todo para que la combinación de sol, lava y mar le den sentido a la palabra ‘placer’. Ubicada en el norte de la isla, sus charcos de diferentes dimensiones están protegidos del oleaje y se han convertido en referente insular de esta oferta.